¡Hola queridos amigos!
Como saben, ayer falleció uno de
los grandes artistas de la música española, Manolo Escobar. Había nacido en El
Ejido, Almería, el 19 de octubre de 1931, y se fue a consecuencia de un cáncer
de colon que le diagnosticaron en el 2010.
Si quieren conocer su biografía, por favor sigan leyendo, si quieren
saber cómo lo recuerdo, pueden pasar al párrafo con el asterisco, *
Era el quinto de diez hermanos.
Su familia tenía raíces campesinas y, como todos, en aquellos años duros de conflicto
y miseria por la guerra y la posguerra, sus padres tuvieron que buscar la mejor
forma de sacar adelante a la numerosa familia.
Al leer su biografía me imagino a
un padre fuerte, el cabeza de familia de la época, el que decidía. Él que se
encargaba de buscar el sustento, primero con una casa de huéspedes, luego como comerciante
y posteriormente como empresario. Él montó el primer cine del pueblo.
Su madre aparece en un plano más
discreto, como las mujeres de entonces. A
ella dedica la canción “Madrecita María del Carmen”, de ella toma el apellido
con que le conoceremos, Escobar, signos indiscutibles del amor que sentía, de
lo importante que fue en su vida.
De su padre, Antonio García,
heredó la predilección por la cultura y el amor a la música. Fue un hombre que quiso
que sus hijos se formaran y en la casa de huéspedes que regentaba vivió el
profesor Antonio Manzano, con quien aprendieron música.
Bajo la tutela de su profesor,
los hermanos Salvador, Baldomero y Manolo, integraron un grupo que empezó tocando
en el cine de su padre para entretener al público, mientras don Antonio
cambiaba el rollo de la película. Gustaron a la gente y pronto empezaron a
tocar en bodas y fiestas, y se hicieron conocidos con el nombre de “Los hijos
de Antonio García”.
Cuando Manolo Escobar tenía
quince años, en 1946, marchó a Barcelona con sus hermanos Baldomero y Salvador,
y al poco tiempo se les unió el resto de la familia.
Su pasión por la música hizo que,
mientras desempeñaba distintas labores para ganarse la vida y sacaba las
oposiciones para trabajar en correos, participara en todos los concursos de
baile y canto que podía.
Hizo su servicio militar en Marruecos, a
principios de los 50, y allí conoció a un sobrino de don José María Nadal, y a través
de él fue invitado a participar en un programa que promocionaba artistas
noveles en Radio Barcelona. Asistió con Juan Gabriel, el hermano que compondría
muchas de sus canciones, y se presentaron como “Manolo Escobar y su guitarrista
Juanito García”. El éxito fue total.
Siguiendo los consejos de su
mentor, el señor Nadal, parte de los hermanos García formaron un grupo que se
llamó “Manolo Escobar y sus guitarras”, crearon “el sonido Escobar”, grabaron su
primer disco y ganaron fama.
El 10 de diciembre de 1959
contrajo matrimonio, en Colonia, con la alemana Ana Marx, a la que había
conocido durante una presentación en Playa de Aro.
En 1961 debutó como solista en
Córdoba y, tras este inicio, vivió sus mejores años musicales que comprenden las
décadas de los 60 y 70. En 1963 inició su prolífica carrera cinematográfica, con
la película “Los guerrilleros” y la dejó en los 80.
En 1978 la pareja adoptó a
Vanessa, el ángel que colmó su felicidad.
Su enfermedad le obligó a
suspender la última gira el mes pasado, con 82 años, tras haber sido merecedor
de 40 Discos de Oro, la Medalla al Mérito
del Trabajo en 2011, Hijo Predilecto de El Ejido, La Medalla al Tabajo
President Macià, Medalla de Oro de la ciudad de Almería, distinciones de la Sociedad
General de autores y un largo etcétera.
Nunca dejó de renovarse y
versionó canciones de otros con su estilo particular. Se mantuvo fiel a las rumbas
y a los pasodobles, y atesoró casi dos mil obras de arte de su otra pasión: la
pintura.
*Manolo Escobar no solo alegró
verbenas y escenarios españoles, sino que traspasó las fronteras. Participó en
las fiestas de los emigrantes que viajaron a América durante los 50 y 60, y
entre ellos fue tan querido y valorado como en España. Aquellos desterrados por
la necesidad hicieron del tema “Y viva España”, que popularizó en 1973, su himno.
Un himno que despertaba la morriña con alegría. Que traía saudades con energía
positiva, con emoción sana y cercana, a pesar de la distancia.
Tras el vals con que iniciaban el
baile los nuevos esposos o la adolescente que cumplía sus 15 años, salían a la
pista todos los invitados para bailar el emotivo e irresistible, animado y pegajoso:
“Y viva España”, la pieza elegida con el corazón para cambiar de la preciosidad
del vals, a la alegría del momento. Una dicha que duraba hasta que sonaba la
última nota de la noche, que, para quienes hemos estado en Venezuela era “El alma
llanera”.
Era perfecto combinar pop, salsa,
merengue, rock… y bailes españoles. La pluralidad y el allá y acá que se enraizaban
cada día más en quienes anhelaban y agradecían. Voz y música hacían que el
corazón palpitara y el alma se alegrara.
Manolo Escobar llegó al pueblo porque
cantó para él, porque no dejó de pertenecer a él. Sus letras eran sencillas y
combinaban con la personalidad que transmitía, con la alegría que contagiaba,
con la vida sin aspavientos publicitarios y de persona íntegra que vivió.
Sé que es común hablar bien de la
gente una vez que se muere. En algunos casos el sentimiento es verdadero, en
otros actúa el miedo a que “nos halen los pies por la noche” ;). Personalmente,
me inclino por el silencio cuando considero que no tengo nada bueno que decir,
digamos que cada quien es lo que es, o lo que nos parece que es, y nada cambia
porque se haya ido. No hay por qué modificar nuestro pensar o darse golpes de
pecho.
Él, sin embargo, merece
mi agradecimiento por haber asistido, sin saberlo, a tantos momentos
importantes y felices de mi vida, entre los que se encuentran las fiestas
improvisadas que hacíamos entre amigos durante los años mozos, porque sí, tenemos
el corazón mestizo, como nuestros padres. Con ellos aprendimos el valor de los
orígenes y bailamos al ritmo del presente.
Ahora nos queda la imagen del
hombre, del artista, los buenos momentos que repetiremos al ver o escuchar sus
grabaciones, y nos quedan nuestros recuerdos en su compañía.
Hoy quiero evocar especialmente
una noche de discoteca improvisada durante una fiesta familiar. Supongo que era
1977. Algo común porque entonces mis padres se reunían
con sus amigos para jugar dominó y hacer parrillas los fines de semana, y, como
nos juntábamos varios jóvenes de edades similares, armábamos pequeñas rumbitas
en cualquier espacio con paredes disponibles para pegar unos cuantos afiches y un
porta lámpara en el que colocar un bombillo de color. Daba igual si la puerta
de entrada daba paso a un camión o el local solo tenía dos paredes, lo
importante era la música para “mover el esqueleto” y percibir el olor de la
parrilla que nos indicaba el momento del intermedio. :)
Aquel día se coló en la fiesta
uno de los amigos de mi padre, supongo que interrumpieron la partida para ir al
servicio o algo así. Lo cierto es que era un riojano fantástico, alegre, “bonchón”
(fiestero), que se presentó cuando empezaba a sonar “El Porompompero”, y me
dijo: -Vente a bailar-.
Me sorprendió y obedecí.
Entonces el buen hombre sacó sus más profundas raíces, ese arte que corre por
la sangre española, pero no está en la mía, quizás recibí una transfusión al
nacer porque de salero nada, así que me contagié con su entusiasmo y emoción, e
intenté imitar a las bailadoras
sevillanas.
Fue fantástico, único, confieso
que es el baile que más recuerdo. Tan inesperado y bueno, que quedé con ganas
de repetirlo, pero enseguida sonó una salsa y mi pareja se fue :(. Nunca me atreví a preguntarle
si lo hizo porque no sabía bailar salsa, o porque mi estilo, carente de ritmo, lo
asustó. :)
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