lunes, 1 de abril de 2013

Un día especial


¡Hola amigos!

Hoy es un día especial, como cada uno de los que tenemos la dicha de contemplar y vivir con la llegada del alba; cuando los primeros rayos de luz se manifiestan por el este, y nos desvelan, lentamente, cómo promete ser nuestra jornada.

Nos alegramos al verle vestida de brillante dorado, generosa, sonriendo y energizándonos para que hagamos realidad nuestros sueños… Llenos de ilusión, nos preparamos para aprovechar el día dando nuevos pasos al frente, en pos de nuestras metas. 

Cuando el amanecer se muestra gris, sin embargo, parece que nos contagiamos con el tono de su vestimenta; y limitamos nuestros pensamientos y ganas al concluir que es feo, que probablemente lloverá y nos mojaremos, nos veremos atrapados en algún atasco…

La falta de colorido influye en nuestro estado de ánimo, como cualquier ausencia, y pasamos por alto que el día se muestra diferente porque así lo necesita la naturaleza… y que cualquier acontecimiento, nublado o soleado, es parte de nuestro crecimiento. 


A veces, un día radiante puede convertirse en el más triste de nuestras vidas. Tanto, que podemos evocarlo con total claridad muchos años después…

Aun así, hay que recordar siempre que todo en la vida pasa… que, generalmente, los árboles tienen la resistencia suficiente para soportar la fuerza de las tormentas, aunque pierdan algunas de sus ramas.

La mayor tristeza es la que sentimos cuando fallece alguien a quien amamos realmente, cuando le “perdemos definitivamente”... En ese preciso instante nos invade un dolor indescriptible, al que acompañamos con preguntas sin respuesta y llanto inconsolable. Transcurren meses en los que deseamos haber cambiado algunas cosas, en los que quisiéramos volver atrás, poder quitar y poner, "tenerles con nosotros"… e incluso acallar remordimientos.

En medio de la inmensa pena, intentamos atesorar a quien “se ha ido” y hacemos nuestras algunas de sus actuaciones, no queremos desprendernos de sus cosas, guardamos pequeños objetos como recuerdo… Lo que antes pasaba sin pena ni gloria, es ahora valorado.

Poco a poco, los bonitos recuerdos, que se cuelan despacio entre el dolor, van ganando peso; y con el transcurrir del tiempo terminan por adueñarse de su espacio.

Entonces sonreímos, porque entendemos que “no se han ido”. Buscamos las fotografías de los mejores momentos, las acariciamos y queremos colocarlas en lugares visibles de la casa. Evocamos sus caricias, sus bromas, sus chistes… Nos sentimos agradecidos por sus enseñanzas, por el tiempo compartido, por todo lo bueno que vivimos juntos, y surgen interrogantes que nunca nos habíamos planteado: queremos conocer muchas cosas que ignoramos de su mundo… pero ya es tarde, y lo entendemos. Entonces decidimos conformarnos o imaginarlas.

Desaparecen los sentimientos negativos que eran motivados por lo que pudimos hacer y no hicimos, por lo que debimos cambiar y no cambiamos, por lo que quisiéramos que cambiaran y no cambiaron…

Con el paso del tiempo llega la paz… No la experimentamos con la fuerza con que sentimos la tristeza del principio, pero es mucho más duradera porque el amor perdura, porque la esencia prevalece…

Descubrimos entonces que están con nosotros, tanto o más que antes, y sentimos su energía muy cerca, su espíritu. Les recordamos sonriendo, haciendo lo que más les gustaba, queriéndonos, e incluso discutiendo con nosotros, porque como muy bien decía mamá: “Hasta para pelear me hacéis falta”. Solo que esta vez, en la discusión no hay enfado, únicamente el placer de su recuerdo.

Hoy se cumplen once años de su partida y, casualmente, ayer revisaba un ensayo que hice hace algún tiempo sobre Venezuela, esa tierra hermosa en la que le conocí. En él cuento algunos sucesos de mi vida, porque Venezuela es parte de mí. 

Entre las cosas que leí estaba el trozo que narra el encuentro con mi madre, y que quiero compartir con ustedes:

“Mis vivencias y recuerdos de esta bella patria comienzan en diciembre de 1969, cuando, luego de dejar a mi familia y a mi gran pequeño mundo, comencé una nueva etapa en esta tierra generosa. El largo camino, que no quería recorrer, dividió mi vida  en un antes y un después.

Al llegar a Maiquetía me recibió únicamente el sol resplandeciente. Recuerdo que secó mis lágrimas y me dio el cálido abrazo que necesitaba; no sé si pude sonreírle, pero sentí que con su presencia mi nueva vida iba a ser hermosa.

Ya en Caracas llegó papá a buscarme, joven, con su sonrisa tímida y espléndida a la vez, contento, lleno de vida, con cara de satisfacción y felicidad. Me pareció alto, era delgado, tenía pelo negro, cejas muy pobladas, ojos verdes y brillantes. Estaba vestido con camisa blanca y pantalón oscuro. Lo encontré alegre, como el país al que había llegado.

Me emocionó mucho verle porque le recordaba, aun cuando habían pasado 5 años desde su partida, y me sentí feliz al reconocerle entre los que caminaban hacia mí por la, aún joven, avenida Fuerzas Armadas; a la que todavía siento mía a pesar de los cambios, de los buhoneros, del tráfico, del humo de los autobuses que dificulta la respiración y ha ennegrecido las fachadas, y de los miles de ciudadanos que por ella transitan.

Me llevó a conocer a mamá, que también esperaba, sin saber cuándo. Me dejó en la calle, escondida tras el muro del jardín, mientras él la preparaba para el encuentro.

Cuando entré estaba sentada en su cama, seria, mirando hacia la puerta, esperándome. La observé tímidamente, tenía puesta una falda de tablones, marrón, y un suéter crema; su contextura era rellena y llevaba el cabello corto.

No hubo recuerdos que vinieran a mi mente, no sentí la emoción que me embargó al ver a papá. No la conocía…

Su voz no pudo pronunciar todo lo que me decían sus pequeños ojos marrones, y yo no supe leer en ellos.

Con el tiempo entendí que, a pesar de sus bromas picantes, burlonas, de sus carcajadas intensas, contagiosas, y de aquella forma de ser que le permitía reírse de cualquier cosa, incluso de sí misma; su mirada era melancólica porque llevaba consigo una vida de trabajos y rupturas escabrosas, complicadas y tristes con los sueños. Protagonizada por miles de abrazos perdidos e irrecuperables en la soledad y el paso del tiempo, y por ello utilizaba su coraza marcadora de distancia, pero añorante de cercanía”.

El día seis se cumple además el segundo aniversario de la partida de mi tía especial, la persona que me dio su cariño y estuvo a mi lado durante los años de ausencia, la que me cuidó, me vio crecer y compartió mis sonrisas… A la que, entonces, adopté como mamá.

Deseaba tener una madre, como todos los niños que me rodeaban, de manera que, aun sabiendo que no lo era, le llamaba mamá y la quería como tal... Hum, tal vez fue entonces cuando me acostumbré a ser resolutiva ;).

Para despedirme, un estrato de los poemas que he escrito para ellas, y que además son universales:  


Muy adentro


Cuanto más te busco más me encuentro.

Cada vez que te hallo estás muy adentro.

Escudriño entre los objetos, rebusco en la memoria,

Y descubro que una sola tinta ha escrito nuestra historia.

Dulce tu sonrisa, extravagante tu risa…

Ante la inmensidad del amor se encendía tu mirada poetisa.


Susurros solemnes te hicieron vivir atardeceres dorados,

Y hallaste tu verdad entre bosques recién plantados.

Entonces te necesitaba, te buscaba, pero no te supe encontrar…

Solo navegando tu océano mi desarraigo he podido curar.

Que te amo hoy quiero gritar… por si me pudieras escuchar.

MQA.




Ángel ausente


Creciste bella, eras seria, formal,

Una incansable guerrera, madre incondicional.

Amaste… sin que te importara la acogida.

Luchaste… hasta que perdiste la vida.

Viviste con abnegación y abrazaste hasta perder la razón,

Tuya era la dicha al entregar con devoción.

A pesar de las glaciales heladas y los ayeres vórtices,

En tu tierra hallaste manantial de vida, germinación de raíces.


Eres el ser maravilloso que ha encontrado la calma,

Ya no habitas en la tierra, pero resides en el alma…

MQA.



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